Uno. Dos. Tres. Ya iban cuatro veces en las que me había fijado si eso estaba verdaderamente a los pies de mi cama. Me había asegurado y recontra-asegurado de que allí no se encontraba nada ni nadie, que podía dormir tranquila. Pero notaba que, de todas formas, el miedo no me abandonaba. Miré atrás mío, lo que entonces me propuse que fuera una última vez. Absolutamente nada. En unos minutos superé mi paranoia y me adentré en el dulce mundo puramente imaginado por nuestras mentes, que son los sueños. Un lugar totalmente blanco, seguido de un escenario en el que se ubicaba el mar. Mi hermano estaba allí, y también una amiga mía, Carla, y un amigo de él, Juan. Pronto entendí que no estábamos allí para cualquier cosa, ya que llevábamos trajes de buzos. Mi hermano se tiró de espaldas al mar, seguido de mi amiga. Luego yo ingresé a esas tranquilas aguas y el amigo de mi hermano continuó. Nadábamos, explorábamos ese territorio marino, disfrutando de ver los peces, la vegetación propia,...