Te soñé pálido y pulcro el día de nuestro casamiento. Te soñé precioso como un diamante y ansioso como te idealicé. A medida que adelantábamos cada paso, un niño (o algunas veces niña) se unía a nuestra marcha. Eran hermosos como nosotros dos, ¡o más! Eran angelitos rubios y morochos, pero sin alas. Nuestras imágenes se marchitaban mientras ellos crecían en tamaño y número. Ideé un hermoso paisaje caribeño, mientras nuestros dos cuerpos despojados de ropa se zambullían en el mar. Una estrella se giró a mí y el cielo comenzó a derrumbarse. Esa lluvia estelar estaba fuera de mi control mental, pero sé que te gustó. Bastó tu susurro para que me hunda en tus brazos y, entrelazados, llegar al fondo del océano. Desperté delineando mentirosamente tu cara. Me alegraste el día.