Resulta que el viene y sé
sentirlo vivo. La sangre llega apresurada a mis mejillas cuando recuerdo que él
está cerca, probablemente en mi búsqueda. Ayer sentí que venía y efectivamente
estaba allí. Hoy, en cambio, lo vi. Y lo reconocí. Y él no era el Salvaje.
Recordé el primer momento. ¿Qué
sensación de consciencia realmente influía en mi actuar? Menos de lo que
recuerdo, me hubiera gustado que el sentido común hubiera tenido algún amor por
mí. Más del que yo siento por mí al menos.
No me lleva a nada y no sé qué me
impulsa a creer sentir que me es beneficioso, pero en su momento estoy segura
de que sabía qué estaba haciendo. Entender no implica saber la manera más
óptima de tratar el hecho.
Me miraba con un amor, pero me
amó con cierto límite. ¿Sabés qué reconocí? Él me amaba, es verdad, pero
también temía ese amor. Diferíamos en eso, ¿estoy segura de ello? Más que la
premisa “me amó con cierto límite”. Yo no tenía ningún borde que delimitara mi
amor, pero en definitiva no era el suyo. Sabía que no estaba atada. ¿Sabés por
qué? Yo sí pude comparar.
Él seguía sin ser el Salvaje, no lo
vi. No estaba, pero me interesaba saber dónde estaría. Lo extrañaba, lo
recordaba en el momento. “Agradezco que haya sido con vos y no con él”, le
dije. Qué triste, pude haber mantenido esa idea en mente. Tonta, ¿no? Lo supe
siempre y sin embargo no me bastó con saberlo. Tenía que probarlo, y
arruinarlo, y destruirnos.
Vi sus manos y sus ojos. Me tomó
en brazos, me miraba con un amor… Repetía todo, era un lorito que trataba de
complacerme. ¿Sabía que me estaba amando? No me importa. Sólo quería mutilarlo. Desesperanzarlo, esa es la palabra. Ilusionarlo y desesperanzarlo. Y hubiera
sido genial, me habría sacado la bronca de mil y un maneras. Pero, pequeño
detalle, él no era el Salvaje.
Yo sólo quería destrozar la
imagen y no me salió. Me arrepiento, lo admito. Me arrepentí y me arrepiento.
¿Ya me siento mejor? Cualquiera podría asegurarlo. Hay un color en mi cara que
determina mi conformismo. Y es un conformismo sano, no se me vaya a malinterpretar.
Todo cambio implica una
adaptación. Todo cambio implica un querer volver. Bien, así es que me quiero
volver. Quiero decirle a mami que me tenga en su vientre de nuevo y me prohíba
juntarme con este. No quiero jamás.
Fue la última vez, él me miró. Me
miraba. Con abstinencia. Tenía esa juiciosa mirada llena de formalismo, de
predictibilidad. Eso no era el Salvaje, nunca fue el Salvaje. Y no existía en él su
espontaneidad, su libertad y su cariño. El Salvaje nunca estuvo ahí.
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