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Se llamaba Bautista

Se llamaba Bautista, pero bien pudo haber sido Jeremías, Manuel, Mateo. Los padres no hacían mucha distinción, después de todo sólo querían una ‘buena acción’ de excusa para poner en su historial religioso. Es decir, pudo haber sido, pero no fue. Y lo más importante: no es. Lamento arruinar el final del relato, pero bien sabe cada uno que la señora de negro lo está esperando al final, no hay novedad alguna en esta única certeza.

Era alto, altísimo, caucásico y de ojos abuhados (solía decir la abuela), pero bien pudo haber sido un pequeño oriental promedio. Sus manos cargaban los estigmas de su niñez: tres vallecitos entre las colinas de los nudillos. Un par de veces (pudieron ser 4 o 40, nunca tuvo una memoria prodigiosa para los números) insultó a los mil y un parientes de su madre por recordarle que, después de todo, seguiría siendo un niño por el resto que le quedaba por vivir. Esos baches en las manos, esos ojos de búho, ese carmín constante en las mejillas,… Cualquiera diría que era imposible clasificarlo como un adulto.

Sí, estoy seguro de que hubiera preferido ser un oriental de oficina, combo que incluía vida sexual negativa y el estrés de no saber si el que saludó a la mañana por la calle era Yamazaki del tercero o Akinawa del sector de recursos humanos. O – ¿quién sabe?­– quizá Godzilla. No me cabría duda de que hubiera preferido ser un aburrido castaño de ojos rasgados.

Pero no. Bautista vivió y Bautista murió, con la impotencia de que no podría nunca llegar a ser Ezequiel, Salomón o Jesús. Siempre supo que él no estaba predestinado a ser un Rey, porque el destino no existe y los Reyes tampoco. El destino es sólo una extensión del concepto de Rey que inútilmente sus progenitores habían intentado inculcarle, el cual demandaba algo que él no tenía y no pretendía tener. ¿Qué es la Fe si uno no la siente? Algo que no existe. Y Bautista ya no existe.

-Yo tenía mil y una razones para pensar que todo iba a cambiar. Vos no entendés, ¡desde marzo que todo viene fracasando! No tengo voluntad, nada me hace tener voluntad.

-…

-¿Por qué me dice que me alegre que tengo padre? ¿Que me alegre en que tenga vida? El lado positivo está en la voluntad y yo no tengo voluntad.

-…

-¿Qué meta me voy a poner? ¿Qué meta voy a tener ahora? ¿QUÉ META?

-…

Se sucedieron dos a dos cada par de profesionales que, por semana, adjudicaban síntomas que nunca realmente se mostraron o bien nunca estuvieron allí. Bien pudo haber sufrido de Fe, o de Dios o de su condición de humano, con un ánima en constante estado de putrefacción. Más allá de no haber podido concretar del todo su necesidad de trascendencia, él realmente estuvo enfermo. Pero no enfermo para con el mundo, sino enfermo para consigo mismo. En el momento mismo en el que dejó que sus gritos penetraran el concreto, nos dimos cuenta que el tumor del ‘qué dirán’ mutaba hacia adentro.

Es curioso cómo varias personas reaccionan de diferente manera ante el mismo estímulo. Hubo un momento en el que todos consumíamos la misma causa, con resultados parcialmente nublados. A decir verdad, las probabilidades de precipitaciones eran alarmantemente muy altas. Por (des)gracia quasi divina, los timbres que indicaban el punto cumbre de la humedad ajena siempre se desconectaban. Nadie era capaz de verlo. Mentiría si dijera que ya está digerido.

-Para atenderme para el ojete prefiero que no me haya atendido. Es un médico de cuarta, me atendió de cuarta y me medicó con pastillas de cuarta.

-…

-¡No me importa eso! Yo el miércoles te pedí que me internes y dijiste que ibas a hablar con el psiquiatra. ¿Hablaste con el psiquiatra? Capaz que me levanta un poco más el ánimo tener un viejo pudriéndose al lado mío. Y yo "ahh, ahh", se está muriendo. Capaz que me haría mal… Hasta lo envidiaría.

-...

-Te digo que vi cómo le cortaban el cuello a un tipo y... ¿Qué diferencia hay?... Sabés que no es real. Sabés qué es real y qué no es real. Yo no creo en Dios, esa es la diferencia entre vos y yo. Yo no puedo creer que todo va a estar mejor.

Una y otra vez la bestia tomó control, anteayer, ayer y hoy. Destrozaba de nuevo todo lo que veía, sea el primer día en el jardín, nochebuena en lo del tío o la raqueta contra el auto. Ni hablar los nervios de la hirsuta y amenazante Atenea. Pero nunca más nos sobresaltamos por ese orgasmo de salvajismo.

-… que respires hondo y que largues el aire. Hondo.

-No puedo respirar, no puedo respirar, ¡me ahogo! Mientras hable puedo respirar, voy a seguir hablando, voy a seguir hablando, voy a seguir hablando así no me ahogo. No me digas que haga así porque me ahogo, no te muevas, no, no, no, tengo que seguir hablando, tengo que seguir hablando sino me ahogo…


¿Qué más decir? Hace unas horas se ahogó y hoy está mejor que nunca.

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