Uno no lo quiere, uno no lo provoca, uno no lo ve; y no ver algo significa que no quiere verlo, que algo dentro suyo elige ignorarlo. Cuando uno empieza a dudar, a intuir, es ese el momento en el que ocurren los planteos. Y no una y otra vez, de una vez y por todas las que vendrían. Pensar una y otra vez es arriesgarse al costumbrismo. En algún momento se tiene que enfrentar: si un planteo se vuelve costumbre entonces definitivamente algo no está siendo solucionado.
Me fui despintando a falta de besos y exceso de gritos. Caía el esmalte a fuerza de lágrimas de ácido y manos de lija. Las figuritas de la pared se iban despegando y los mosaicos se decoloraban por montón. Había rastros de cal por todo el piso y yo había perdido la escoba. Había muchas voces y todas balbuceaban. Se creaban en un instante y morían ni bien terminaban de gritar. Se iban generando constantemente y eran cada vez más. Desistí y me perdí en las voces. Pasó el tiempo, convivía con ellas. Me llevaban como una pluma. Iba divagando en la suavidad de sus pasos. No me podía hacer daño, después de todo todas esas personas procuraban mi bien. Todas esas voces eran yo. Llegó un punto en el que todas las personas se pusieron en contra del medio. Yo dudaba, pero las dejé hacer. Quería ver hasta dónde llegaban. Me arrastraron, me expusieron, me desnudaron y me adornaron. Desistí y me perdí en las mentiras. Me guiaron hasta averiguar cuáles eran mis partes más bla...
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