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Nena

Y sos tonta, y sos una nena.

Una nena de 17 años que espera afuera del salón. Quizá un vistazo, un segundo. Un sí, ¿un "pasá", tal vez? Un tonto "esta es mi hija, tonta de 17 años que sigue esperando fuera del salón". O no. Un "acompañame, tengo que esperar a mi mamá, charlemos sobre lo tonta que soy mientras esperamos que abra los ojos".

Quizá está, por ahí vino, por ahí no. ¿Y a quién le pregunto? No está, y ahora sí, apareció a la vuelta del pasillo. Y dio otra vuelta. Oh, qué lindas vueltas que da. ¿Me habrá visto? ¿Me habrá escuchado? "Hola, te estoy esperando."

Y a veces viene, porque soy una nena de 18 años que sabe que viene, que espera. Que sabe que atraviesa la puerta y está, entonces no hay nadie que espere, sólo está y ríe y juega y dice "te quiero".  ¿Vamos juntos? Mis manos van ocupadas, mi mente aún más. Pero no nuestros gritos.

Pero a veces no viene, aunque son las menos. Es un te veo, nos vemos, ¿no dormimos juntos? ¿Nos volvemos? ¿Me harías bien? ¿Caminamos juntos? Porque quizá soy una tonta de 19 que lo sigue viendo y se sonroja. Se pone en nena, con los cachetitos llenos de vergüenza. Porque no hay nada de malo, pero dos pasos para atrás y podría quedarme horas sólo viéndote. Yo podría quedarme horas añorándote venir.

¿Hay algo que esperar? Porque no llega, nunca llega. No tiene que llegar porque no se va, siempre estuvo. Y no hay vueltas, no hay puerta, nadie se sonroja, no vamos. Sólo estamos. Él, inmutable, y ella, la nena tonta de 20 años.

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