Huíamos, ¿o volvíamos? ¿A quién le importa? Consumíamos tranquilidad en forma de niebla. Tenía un cierto miedo constante de que el conductor chocara, pero a la vez quería que lo hiciera. Sabíamos que éramos capaces, por eso jugábamos con él. Queríamos ver hasta cuando se la aguantaba.
Fue muy natural, ella me empezó a besar como si lo hubiera estado haciendo por años. A mí me resultó un poquito extraño, pero la situación se daba para una reacción así. Después de todo, estábamos jugando: nosotras con él y entre nosotras.
Ahora bien, mejor si me quedo en mi lugar, ya no daba sobrepasarse. Me lo recalcó.
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Era mi casa y yo tenía que estudiar. Como para variar, ¿vio? Entonces fue que empezaron a llegar las visitas. Fue inmediato, no me dejaron tiempo de cambiarme y llegaban cada vez más. Huí a la terraza. Me siguieron. Todos esperaban llegar a la terraza, no entiendo por qué supuse que iba a ser un buen lugar para esconderme. Lo hice, punto, no más vuelta.
Comenzó a llover y yo tenía mi mochila con mis cosas de japonés. Estaba vestida casualmente, por lo tanto me mojé toda la ropa. Llegaron todos a la terraza y, de repente, se empezaron a regocijar con el agua. Comenzó a caer en abundancia y todos se movían de un lado para otro entre las cuatro paredes en una especie de danza que daba bienvenida a la tempestad. Los seguí en su baile nauseabundo (no es que fuera asqueroso, sino que causaba mareos por las violentas vueltas).
Pronto la terraza se había convertido en un lago (¿por qué no decir un "océano"?). Lo disfrutamos todo lo que pudimos, pero pronto el instinto de las madres que se encontraban presentes (las cuales más que madres eran niñas, de nuevo) nos advirtió que entráramos de vuelta. Era de noche, la lluvia aminoraba.
Una vez adentro, aparecieron dos escaleras que eran muy complicadas de usar: si una subía, la otra bajaba y viceversa. Aún así, nadie se cayó. Nos llevaron a la casa de un amigo, la recordaba menos amplia. Pasamos por el baño que estaba embrujado, pero era hermoso. Quizá era ese el efecto que te causaba: era tan precioso que no querías dejarlo, inventabas excusas para no dejarlo, provocabas estados de descompostura para no moverse de allí, eventualmente arruinabas tanto el organismo que te morías.
En mi recorrido di cuenta que la casa estaba llena de murciélagos y, donde no los había, habitaban unos pájaros enormes con plumas como el caparazón de una cucaracha. Se comían sus bichitos mutuamente. Ambas dos especies, sin embargo, convivían en tranquilidad. Contribuían a ese aspecto de Halloween que tenía la morada. El lugar preferido de los pájaros grandes era una sala de estar, un living enorme, que tenía una chimenea en donde se posaban y una mesa en la que, posteriormente, ocurriría otra historia.
El centro de la casa era el comedor, un lugar descaradamente sencillo en comparación con la majestuosidad sobria del resto del edificio. Al ser la habitación principal, la primera que se ve al entrar, le daba un carácter muy humilde al hogar. Incluso recuerdo los problemas con los choques de personas y telas, ya que ahí mismo tendían la ropa. Y tenían mucha ropa para tender teniendo en cuenta que una cierta cantidad de gente se había inmersado en un canto a la venida del segundo diluvio.
Habiendo llegado a ese centro de reunión, pude por fin ver algunas de las caras a las que había acompañado en el rito ceremonial de la terraza (las otras estaban en el baño y algunas en la terraza). Las reconocí, iban todas vestidas combinando mallas y accesorios en el pelo. De un momento a otro, yo también tenía mis dos piezas de la bikini. Incluso estaba preocupada porque no me había depilado pero, ahora sí para variar, poco después me dejó de importar.
Comenzó a caer más gente, todos jovencitos, vestidos de negro y algunos con colores en el pelo. El primer grupo simplemente entró por la puerta principal, el segundo por la puerta del lavadero y el tercero desde la terraza. Ese segundo grupo estaba comandado por una jovencita que dijo que le habían hablado mucho de mí, yo creía que los tenía a todos de vista. Algunos traían gatos negros.
Entonces llegó ella. No era la primera ella, pero yo sabía que la estaba esperando. Hacía tanto que no la veía...
La abracé como pude, ya que estaba disfrazada. Tenía entendido que era una referencia a algún videojuego, pero en el momento quería preguntarle si era Alpha, de los Power Rangers. No me animé, o quizá andaba más interesada en abrazarla y besarla. Fantasee con quedármela toda para mí, al menos ese rato. Estaba encantadora, combinando perfectamente con el ambiente halloweenesco que tan bien representa. Hizo una referencia a que era complicado abrazarla con ese traje y que disfrutaba su cumpleaños. Evidentemente me estaba gastando una broma, su cumpleaños era cerca de un mes después. Aunque bien yo podría no haber sido consciente de la fecha.
La pequeña cereza del postre se puso un poco más cómoda, por no decir que se quitó casi todo el disfraz. Debajo tenía un vestido. Ante esa elegancia, recordé que yo estaba casi en bolas. No le di importancia, a nadie le molestaba. Es curioso que haya reaccionado de esa manera porque segundos después apareció él. Hablando de gente que hacía mucho que no veía, él estaba vestido de negro para variar. Elegante, pero muy sobrio. Y muy indiferente.
Quería verla a ella, acapararla esa noche. Eso hizo, en el amplio salón de los pájaros grandes. Sólo recuerdo haberme ido.
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