Apapachar: Méx. Apretar fuerte.
Entra, hola y hola. Corre hacia sus brazos clamando que la perdone. Lo abraza. El dulce susurro preocupado de él la embaraza ligeramente.
No me pasa nada, en serio.
Lo suelta como si lo hubiera sentido inapropiado. Comienza a justificarse como si ello lograra permitirse tal ofensa, quizá con intenciones de remendar el hilo que había cortado traspasando el virgen territorio.
No te preocupes. Seguramente escuchaste que las mujeres tenemos cambios de ánimos muy... Sí, que son de la nada, estoy bien. Es eso, no más. Encima ando medio presionada y esta semana... Pero estoy bien no te preocupes. No es nada importante... ¡Nada grave, eso quiero decir! Sólo...
Lo vuelve a abrazar. Cuan cálido, digno de una gripe. Vio que se agravaba, pero, ¿cómo podría siquiera llegar a pensar en soltarlo? Si el suelo parece un gran pozo oscuro y él es un esbelto ángel casto que evita que ella se hunda en la nada. Ese nido, esa cuna que resguarda de todo mal le susurra esporádicamente. Y está bien, ¿cómo no me iba a preocupar? Ella no lo suelta y si lo llegara a hacer, volverá a aferrarse. ¿Qué hago? ¿La abrazo más fuerte? ¿Juego a ser yo el valiente que se suelte? ¿Y si lo malinterpreta? ¿Y si no soy capaz de soltarla? Como leyendo sus pensamientos, ella desata su alma del cuerpo ajeno.
Nunca es nada grave. No te preocupes en serio. Puedo sobrellevarlo con calma, por ahí lloro pero no significa que estoy mal, puedo trabajar igual...
No puede mirar sus ojos, es una costumbre que adoptó desde el principio. No puede evitarlo, se prende a su anatomía otra vez, cada vez más cerca. No quería hacerlo de nuevo. Ya no era la inercia de no verse llorando lo que la estaba moviendo, no era sentir la suavidad de su brisa oral en su oído de nuevo.
Ella cierra sus delicados ojos, como cuando ha tomado en gran cantidad. Esta vez lo quería sentir íntegro, buscando saciar esa incipiente sed de contención disfrazada de voluptuosidad. Estaba en sus brazos y ya nada parecía importar. Se aferra a su espalda y se siente ebria de calor, de su blanca piel oculta en el uniforme azul que tan grande le queda, pero tan bien porta. Él era una suerte de Baco con los níveos ojos llenos de susto e inocencia, ella era Ariadna con sus inexploradas fantasías de amor propio.
Estaba embriagada a más no poder de los acelerados latidos del corazón ajeno. Los sentía en todo su cuerpo, desde la cabeza, pasando por el pecho hasta los muslos. Ora era una niña que temblaba, ora era una jovencita que permanecía firme. Se paraba de puntitas simulando llegar a su corazón.
Por fin volvía a percibir la totalidad, la recomposición de todas y cada una de sus partes. A salvo los dos, ambos estaban a salvo y eran uno. Nada ni nadie podía hacerles daño, el mundo se había detenido a través de la potencia infalible del abrazo.
El título original es:
"Hay algo muy voluptuoso en pagar por un abrazo",
pero bien pudo haber sido "Re daba para garchar igual".
Quedó tan dulce que no me animé a ponerlos...
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