
¡Quien se atreviera a comparar la pureza de Rebekah con la entrega de María,
la de Magdala!
Sólo aquél que, habiendo leído la letra chica, dé cuenta de la humanidad y la luz detrás de ésta última. Porque sumergida en el perfume de la redención, se une en un coito difuminado con el primer maestro.
Y la llaman puta, la llaman adúltera, la llaman pecadora, mas ella no se invoca, sino que es invocada, con palabras más dulces que la primera vista del incipiente y rosado alba.
"Las colinas en el horizonte, ¿cuánto camino queda todavía por recorrer? Seguiré hasta que mis pies ardan y mis espaldas sangren. Escupan, oh, viertan sus fluidos sobre mis mejillas. Rasguen y sodomicen mis entrañas. Oblíguenme a odiar ésta ruta sin retorno, a éste individuo sin futuro, a todo en lo que alguna vez creí."
Y en el perfumado rumbo encuentra la gloria brillando en su nombre. Cantan los ángeles su manto manchado de almizcle y sangre. La distorsión del granate entre la muerte cercana y la vida invaluable.
Que la luz de tu vientre perdure por los siglos de los siglos, ¡oh, puta! ¡Oh, adúltera! ¡Oh, pecadora! Oh... madre.
¡Oh, amante!
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