Nada, patea, se marea y vuelve a dormir. A veces se le llena el corazón de perfumadas frutas, a veces implosionan sus entrañas llenas de restos. Lo llamo compota: siempre huele, nunca se sabe bien a qué. Su interior está lleno de fuego, sus nalguitas se le queman constantemente por el roce con la placentera tela de ácido estomacal. Éste sí lo tienen "en la panza".
Compota no sabe cuándo parar, eso lo sacó de mí. Lo viene escuchando desde que no estaba siendo planeado, lo adoptó durante todo el período que el cuerpo eligió no rechazarlo. Y hoy ya es otoño, las hojas se enmarronecen. Él no, él permanece rosa como yo. Casi deseo que se pusiera marrón él también, marrón, líquido y viscoso.
Él no tiene la culpa de que yo siga teniendo bebés de mierda.
Comentarios
Publicar un comentario