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"Vos te lo buscaste"

Íbamos ambos vestidos de un luto anticipante
Su pose era cavernaria, su mirada expectante.
Para variar, su tono familiar, jocoso, desopilante.
De esperar, grandioso actante
ha de ejecutar un engaño brillante.
A cada segundo era más y más humillante.

Podría haber sido lunes o martes
(sólo lo recuerdo por partes),
pues delimitó claramente su estandarte:
"No me hagas callarte.
Que, de vuelta, tengo que llevarte."
Situaciones como ésta no tienen nada de arte.

Dos movimientos, ya estaba alertada,
Un segundo y estaba sentada.
Otro segundo, acostada.
La sentí pronto, totalmente turbada
y mi consciencia desesperada:
con sangre marrón marcada.

De tan aterrada,
mi ideología tenía paralizada.
Las piernas enredadas
de manera que no se quejara de nada.
"Si permanezco obediente y recostada,
pronto la cuestión estará acabada."

Una vez toda desarmada,
me hizo de todo menos sentirme deseada.
El arrebato tiene una forma desalmada
de aceptarse a sí culpada.
No paró hasta que estuviese destrozada
en todas mis zonas rosadas.

El fruto de su deseo
tornó besos en rodeos.
Hizo de mis latidos tiroteos.
Quien fuera un sumiso caballero
de pronto olvidó ser Romeo
o siquiera un ingenuo mancebo.

Busco la respuesta en mis zapatillas,
en mis pantalones llenos de astillas.
En mis uñas amarillas
o en los nauseabundos restos de sus semillas...
Segura estoy, de acá a Las Antillas,
que contagió más que ladillas.

Con toda su potencia
rompió mi inocencia.
En su egocentrismo de complacencia
dejó la amargura de una experiencia
aceptada con paciencia...
"Es todo gracias a la muchacha y su apariencia."

Grité el nombre de ella,
la que avivaría la querella.
Si hubiera gritado el nombre de una plebeya
hubiese reaccionado como el de aquella.
De quien dijo que era su estrella,
se olvidó todas sus formas bellas.

Una vez entera, reaccionando,
sus huellas se fueron marcando.
Rompió sueños, deformando
todo lo que creyó amando.
Recorrió el tiempo, recordando
mientras me levantaba llorando.

El recto estaba demasiado cerrado,
y mis orificios en terrible estado.
Cerré los ojos al adorado
deseándolo enterrado.
Vi que él también estaba aterrado.
Sólo quise que nada de ésto hubiese pasado.

De culpas jamás hablaría.
Ninguno de los dos lo merecería.
Sé que nadie esperaría
que en un vil arrebato de osadía
su voluntad contra la mía
el encanto rompería.

Y rota interiormente,
sólo busco, demente,
poder entender finalmente,
por qué deseo tan fervientemente,
no por descarada, sino inconsciente,
que muera dolorosamente.

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