Se abrasó. Sí, quedó completamente pulverizado. Se mató. Fue muy rápido y se inmoló por accidente, buscó hacerse humo sin caer en cuenta que sería el único que no lograría fumarse. Diría que se fue en uno o cuatro suspiros que jamás denotaron cariño.
Por suerte él jamás duró mucho.
No tenía metas, pero estaba lleno de sueños. Fantasías sobre todo. Muy al derecho y al revés porque, después de todo, ¿quién no desea ser milanganesa? Él y sus deseos de ser carne entre dos panes. Yo y mis deseos de criollo durante la revolución inglesa. Por gente como él llevo agua caliente en el bolso.
Ya todos sabíamos que no tenía más futuro que un par de respiros. Los agotó todos de un saque cuando se inmoló. Su doble tendencia al bardo no le permitió irse sin armar mucho quilombo. A su vez, tampoco le dejó marchar sin cantarse sus últimos 7 minutos del principio de su vida. No hubo persona que entendiera uno o dos chotos lo que nuestro kamikaze dijera antes de comenzar a convulsionar.
Fueron pocos, poquísimos, los que se llevó con él. Muchos se quedaron, totalmente confundidos y angustiados, desorientados pero vivos. Al fin y al cabo, ellos tenían metas y no se llevarían a nadie. Hay que ser muy egoísta para terminar todo...
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