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Isabel

 CAPÍTULO: RUPTURA TEMPORAL

Conforme pasaba el tiempo, volvía a encontrar las caras, o los dioses. Hoy volví a ver a Isabel. 

Ella no me reconoció, o no supo de dónde me conocía. Creo que se acercaba precavida para evitar exponerse. La nena que jugaba con mi hija tenía 3 años. "¿Es la única o tenés otro?" Yo sabía que me estaba mintiendo porque la conocí embarazada, en 2015. "Estoy esperando un varón", me había dicho. No hablamos más del tema, aunque me hubiese encantado preguntarle si ya tenía el nombre.

Tan poco entendía de su trastorno que, a veces, sólo la miraba de reojo. Una de esas veces creí ver una panza de toalla. 

Además, nadie hablaba del tema. Sólo seguíamos pensando en el tiempo, si iba a llover, si faltaban cigarrillos, qué íbamos a comer, esas nimiedades. Cuando llegaban los nuevos también hablábamos de cuánto tiempo nos quedaba ahí adentro.

Una vez que estás afuera el tiempo comienza a dividirse en "antes de la clínica" y "después de la clínica". Entre uno y otro está ese bache de tiempo continuo que no pasa más, que pasás con vos mismo y que nadie puede intercambiarte. Luego está el ambulatorio, el verdadero corte entre el adentro y el afuera. Ahí te das cuenta que el adentro es seguro y el afuera es inmenso. No inmenso como el mar, sino como el abismo. Salir por voluntad propia es muy difícil.

Salir a secas es difícil, la ansiedad que genera es más desagradable que deseable. La gran mayoría no quiere estar adentro; una minoría ni siquiera se da cuenta que no puede salir. No estamos privados de la libertad, pero hay condiciones que nos exigen resguardarnos adentro. A nosotros y a los demás.

No queda, entonces, otra que el famoso "tratar de hacer vida normal". Adentro no solemos coger, nos medican justamente para evitarlo. Pero lo intentamos igual, más allá de no tener líbido, más allá de no tener ningún tipo de deseo.

El cobijo es más cercano a lo superficial de la vida cotidiana: despertarse, unos mates, leer el diario. Hablar, jugar a las cartas. Contarnos qué vamos a hacer cuando salgamos. No hablamos de lo que hicimos antes de entrar, aunque más o menos lo sepamos.

Revivimos.

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