Sé que te pone feliz verte feliz. Bueno, en mis sueños estabas feliz, más que eso, pero no más de lo que yo te he visto en mi vida. Amo verte sonriendo. Qué sonrisa más preciosa que aquella que uno provoca, ¿no? Debe haber algo de mi vanidad en esa sonrisa, al menos me alegra saber que tenés algo de mí en tan hermoso nocturno gestual. Pudo haber estado tronando afuera, pero en mi corazón Febo bailaba. Y no había fin, sino que se iba transformando: pasó a ser un montón de danzarines garabatos que pronto estaban convertidas en suaves y curvadas blancas, negras y corcheas; las vi, ellas interpretaban el dulce nocturno de tu sonrisa. Ellas mismas, tímidas, juguetonas, se cantaban las unas a las otras flores de aromas dulzones y pétalos acolchonaditos. Parecía que nunca caería el telón, sus miradas eran eternas. Así ves, todo terminó en un desliz de nostalgia. Sin embargo nada de esto fue verdad, excepto que sonrío con tu más mínimo roce en mis pensamientos.